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Cambios

Publicado: 28 marzo, 2021 en crónicas de ciudad pacifico, Escritos
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Hay cosas que no cambian, ni siquiera con una pandemia de por medio; o eso por lo menos era lo que nos solíamos decir en el bar de los desahuciados, aquel bar al que solemos acudir todos los que queríamos compartir un rato con nosotros mismos y otros seres anónimos, en busca de un lugar de remanso, para entablar una buena tertulia, escuchar algo de buena música y sobre todo no ser juzgados por quienes somos, queremos ser o incluso por nuestros nombres, ya que allí cada quien adopta como quieren que le digan, real o solo para el lugar

Como muchos lugares de entretenimiento y sano esparcimiento, estuvo cerrado un par de meses, y como aquellos que no cerraron para siempre, tuvo que reinventarse para no quebrar, de manera que por un largo trimestre se convirtió en un abarrote de verduras, legumbres y granos, pero como un bono adicional y de manera clandestina le servía a su clientela uno que otro trago de licor mientras esperaba ser despachado con los nuevos aditamentos; pero la fuerza de la costumbre pudo más y con la nueva normalidad decretada, se volvieron a las andanzas y por ende tocó hacer un nuevo inventario para saber con qué y quienes se contaba, de esta manera nos enteramos que ya no podíamos volver a contar con algunos contertulios

Carlos o el hablador, caracterizado por que solo tenía una única historia que repetía cada vez que había un nuevo contertulio pero que negaba cuando alguien más se la resumía con la intención de que avanzara en ella y por fin la terminara o en su defecto guardará silencio, para así evitar que tomara a costa de sus escuchas, decidió caminar hacia otra ciudad donde no fuera conocido y poder contar con un público nuevo que le alcahueteara su historia, aunque quizás lo podríamos rastrear gracias a la tecnología, dudamos que el quisiera y sobre todo que en realidad se llamará Carlos, así que pusimos su nombre en la pared de la barra bajo el letrero de ausencia temporal.

Eduardo medio peso, famoso por su paranoia con las autoridades, al que siempre lo estaban persiguiendo por orden de su padre, un militar a esas alturas retirado, pero que según Eduardo, al que siempre le faltaba medio peso para ajustar su dosis, lo mandaba a buscar para enfilarlo en las filas y que cogiera disciplina de una vez por todas; al principio pensamos que quizás su padre por fin había dado con él y se lo había llevado para una guarnición, pero según unos punkeros a los que él había aconsejado acerca de la anarquía neo barroca post gótica o algo asi, que involucraba pepas y licor, en medio de su paranoia persecutoria salto hacia el río en medio de una creciente y poco o nada se pudo recuperar de su cuerpo

A último trago, a quien nunca le pusimos nombre y el no quiso dar el suyo la veintiunica vez que le preguntamos, y que debía su remoquete por llegar justo a la hora de cerrar el lugar y pedir un último trago como método de motivación para terminar el camino que lo separa de lugar de descanso, encontró ese último trago en unas personas que parecían de buen corazón y que le regalaron una botella de licor, pero que según nos aclaró la gente de seguridad privada del sector, eran personas que por medio de ese gesto de buena voluntad en realidad estaban haciendo una especie de limpieza social al mezclar licor con un potente veneno, presumiblemente cianuro y repartiendolo a todo aquel que estuviera mendigando un trago en plena pandemia.

Al trío de la barra, tres mujeres a las que les habíamos inventado todo pero que no sabíamos nada de nada de su vida real, salvo que siempre llegaban juntas y con trajes de cóctel como si fueren o vinieren de alguna fiesta en un club privado, especulamos que habían encontrado un mejor destino que visitar cada quince días nuestro refugio, pero un viejo recorte del periodico de la sección de judiciales nos aclararía que las tres habían sido capturadas como parte de una banda de asaltantes de residencias de lujo, y quien las veía tan amables y especiales , que llegamos a pensar que eran de los nuestros

A Panfleto, aquel ser que siempre nos mantenía al tanto de las protestas de las clases obreras, estudiantiles y sindicales, de sus recorridos y consignas y del que llegamos a especular que quizás lo había detenido la policía por agitador, nos enteramos que había sido absorbido por el mismo sistema del cual él criticaba y ahora era un empleado de una gran corporación con restricciones de movilidad y ausencia de visitar ciertos lugares de la ciudad

Hasta aquí quisimos hacer el censo de los contertulios, ya que cada vez nos íbamos llenando de más nostalgia por los ausentes, suficiente era saber que esa ciudad que conocíamos y habíamos andado tanto de noche como de día, sintiéndola nuestra y a nosotros como parte de ella, la habían cambiado seres extraños a ella, dejándonos como opción volver a apropiarnos de ella o hacer parte de esa historia no contada que se la lleva la brisa del valle.